Eran las 10:04 de la mañana cuando abrí el correo.
El asunto era breve, formal, y en cierto modo predecible.
No era la noticia que esperaba.
Lo leí una vez. Luego otra.
Y, aunque ya había pasado por ahí antes, dolió igual.

Hay rechazos que duelen más por lo que representan que por lo que dicen.
Porque detrás de cada “no” no solo se cae una oportunidad:
se tambalea un poco la fe en el camino que elegiste.


Mis raíces

Vengo desde abajo.
De una familia donde estudiar era un sueño, no una costumbre.
Fui el primero en llegar a la universidad, becado por el BCP,
y elegí Ciencia de la Computación no porque fuera fancy,
sino porque ahí encontré algo que nunca había tenido: estabilidad.

Laboratorios, mentores, una red de personas que hablaban de futuro.
Y por primera vez, el futuro parecía algo que podía construir, no solo imaginar.

Mi sueño frustrado siempre fue la música.
Pero la vida, con su ironía generosa, me enseñó a afinar otros instrumentos:
la paciencia, la resiliencia y el silencio.

Esos tres —sin darme cuenta— fueron los pilares de todo lo que vino después.


Emprender desde abajo se siente distinto

Cuando uno dice “emprender”, la mayoría imagina historias de garajes, startups, y finales inspiradores.
Pero emprender desde abajo no es un cuento de Silicon Valley.
Es otra cosa.
Más cruda, más incierta, más solitaria.

No es un garaje con capital de respaldo;
es un monoambiente con Wi-Fi inestable y una laptop que se recalienta.

No es “fallar rápido” sin consecuencias;
es fallar y preguntarte cómo vas a pagar el mes.

No es un “tú puedes” con fondo motivacional;
es una conversación en silencio con tu propio miedo.

Emprender desde abajo es aprender a vivir con vulnerabilidad constante.
Con la ansiedad de no saber si la idea alcanzará a fin de mes.
Con el cansancio que no se ve en las fotos de los logros.
Con el temor de mostrar lo que haces por inseguridad o por juicio.
Y con la soledad de tomar decisiones sin manual, sin mentor, sin certeza.

Mis primeras cinco cifras en el banco no fueron ganancias.
Fueron deuda.
Y eso, aunque duela admitirlo, también fue una forma de inversión:
la de creer sin garantía.


Emprender, aun así, suele ser un lujo

No lo digo con resentimiento. Lo digo con conciencia.
Porque no todos empezamos desde el mismo lugar,
y decir lo contrario sería una falta de respeto hacia quienes siguen intentando.

Emprender es más fácil cuando tienes red, respaldo o margen de error.
Pero para muchos, emprender significa jugarse el sustento.
Significa no tener una segunda oportunidad si algo sale mal.
Y eso cambia completamente la forma en que vives el proceso.

No basta con “echarle ganas”.
Las brechas no desaparecen con entusiasmo.
El sistema no se equilibra solo porque estudies, trabajes o madrugues más que los demás.

Y a veces, aunque hagas todo “bien”,
aunque te esfuerces, entregues, aprendas, y te adaptes,
llega ese “no” que te recuerda que resistir también tiene un costo.
Que la resiliencia sin descanso se vuelve desgaste.
Y que la fe, incluso cuando es fuerte, también se agota.


Aun así, sigo

Sigo porque detenerme sería negar todo lo que costó llegar hasta aquí.
Sigo por convicción, por terquedad, por dignidad.
Por la gente que confía.
Y, sobre todo, por quienes vienen detrás y aún no ven la salida.

Sigo porque entendí que rendirme no arregla nada:
solo perpetúa el sistema que nos deja sin alternativas.

Pero no voy a romantizar el costo.
Hay días en que el futuro se ve borroso,
en que el cansancio pesa más que la esperanza,
y en que dormir parece una pérdida de tiempo que no puedes permitirte.

Hay días en que el propósito es lo único que sostiene lo invisible.


Si estás en ese punto, no estás solo/a

No busco lástima; busco conversación honesta.
Porque formarnos, emprender y compartir conocimiento no deberían ser lujos.

Necesitamos condiciones más justas,
redes más humanas,
ecosistemas donde crecer no signifique sobrevivir.

El talento no es lo que falta.
Sobran personas capaces, curiosas, soñadoras.
Lo que falta es un entorno que no castigue a quien se atreve a intentarlo sin red.

Falta empatía institucional.
Falta reconocimiento del esfuerzo silencioso.
Faltan espacios donde la vulnerabilidad no sea una debilidad,
sino una forma de humanidad.

Y mientras eso no cambie, resistir también es una forma de protesta.


Hoy el correo dijo “no”

Y aunque ese “no” pesó más de lo esperado,
mañana me volveré a sentar frente a la pantalla.
Con la misma calma, la misma fe y la misma terquedad por el futuro.

A construir.
A insistir.
A seguir aprendiendo, incluso cuando duela.

Porque la vida no siempre recompensa al que más trabaja,
pero siempre transforma al que decide no rendirse.

Y eso, aunque suene poco, lo cambia todo.


Si puedes tender una mano

Una conversación.
Un feedback.
Una oportunidad.

A veces, una sola palabra puede marcar la diferencia entre rendirse o seguir.
Tal vez hoy seas parte de esa red que a muchos nos sostiene.
Gracias por eso.